Trenes rigurosamente vigilados. Bohumil Hrabal

29 de diciembre de 2012 § Deja un comentario

Citas: A mí, que estaba acostumbrado a la soledad, cuando llegamos a la ciudad se me estrechó el mundo.

Siempre me habían dado miedo las personas hermosas, nunca había sido capaz de hablar correctamente con las personas hermosas, sudaba, tartamudeaba, me producían tanta extrañeza las caras hermosas, me deslumbraban tanto, nunca he podido mirar una cara hermosa.

Milos Hrma es un muchachuelo de 23 años, descendiente de una estirpe de escaqueados: bisabuelo lisiado que con la pensión imperial cada día se compra una botella de ron y un atado de tabaco y va a chotearse de los trabajadores de las fábricas que terminan matándolo de una paliza, abuelo hipnotizador circense que va a enfrentarse en el sentido de ponerse enfrente a los tanques alemanes que vienen a invadir el país para hipnotizarlos y que se den media vuelta y termina debajo de uno de esos tanques, padre jubilado antes de tiempo recogedor de chatarra y de la cabeza de su propio padre. Estas descripciones hacen que nos imaginemos las tierras eslavas como territorio estrafalario, y aunque seguramente no sea tan así, dan ganas de ir a pasearse por el fango escarchado del este. Este muchacho Milos, que intenta suicidarse cortándose las venas porque no es capaz de penetrar a su amada, tiene un héroe, el factor Hubicka, criador de palomas primero de raza alemana y luego cuando los alemanes invaden Polonia de raza polaca. El día que vienen a comunicarle a Hubicka su primer ascenso después de años y años de servicio aparece a recibir el nombramiento sin uniforme y lleno de caca de paloma porque estaba limpiando el palomar. El factor Hubicka (qué bonita palabra, factor, y qué poco se usa en estos mundos europeos modernos) es capaz de aprovechar el turno de noche para levantarle la falda a la telegrafista Zdenicka sobre el canapé del despacho del jefe de estación y sellarle las nalgas con todos los sellos, incluyendo el de la fecha. El factor Hubicka ayuda a la resistencia a sabotear los trenes alemanes que pasan con soldados moribundos, con ganado moribundo, con prisioneros moribundos. Milos, aprendiz de guardagujas (qué bonita palabra, guardagujas) se trepa por la ruta de Hubicka para dejar atrás las ganas de morirse niño y así morir hombre. “Al menos no murió virgen ni de mujer ni de derramador de sangre”, puede subtitularse este libro, o, a la manera de Hrabal, “al menos murió hombre”; porque Hrabal concibe la virilidad así, a la antigua, medida contra las mujeres y contra la guerra.
Tengo que decir que no me ha gustado mucho Trenes rigurosamente vigilados, será que ando veleidosa o peor, pretenciosa, pero no, no volvería a leérmelo jamás. Tampoco es que el texto en español ayude, es bastante feota la prosa (lo he leído en la edición de Muchnik). Parece que en checo es una cosa gloriosa, mezcla de argot arrastrado y delirio poético. Nos lo perdemos. Cosas que sí sí me gustan: cuando Hrabal describe a los SS hermosos como si escribieran versos o fueran a jugar al tenis, así modo Scott Fitzgerald, y la manera de hablar sobre la mujer que ceba gansos y hace ganchillo como si tocara la cítara, convocando silencio.

Por fuera del libro:
La otra vez que leí a Bohumil Hrabal no dije ni mú de sus cosas privadas, sólo hablé de mi cartel polaco con gatos. Hoy os voy a contar cómo este estudiante de derecho tuvo que dejar de estudiar sin ninguna tristeza (alma bohemia) durante la ocupación alemana porque los nazis cerraron las universidades checas y trabajar en los ferrocarriles caramba qué coincidencia, exactamente igual que Milos Hrma, el protagonista de Trenes rigurosamente vigilados.  Cada vez que cambió de trabajo de pícaro, Hrabal escribió una novela de pícaros, aunque en este caso tardó 20 años en contar su vida en los trenes, la novela la publicó en 1965. Quiero leer su novela de reciclador de papel y rescatador de libros, a ver si me gusta más que ésta. Hrabal murió al caerse por una ventana mientras le daba de comer a las palomas, o más bien tirándose por una ventana dejándole al mundo su gesto último de alimentar palomas. Lo de la colombofilia tal vez le quedó también del factor Hubicka.

La guerra de las salamandras. Karel Čapek

2 de julio de 2012 § 2 comentarios

Citas: Es cosa sabida que, cuanto más importante es una persona, menos tiene escrito en la placa de su puerta.

Hay momentos en que las mujeres saben ser extraordinariamente leales entre sí, por ejemplo, cuando se trata de vestidos.

La guerra de las salamandras empieza como libro de ay, qué risa, tía Felisa, con ese glorioso Capitán van Toch, pero conforme vas llegando a las profundidades se te empiezan a caer las lágrimas de tristeza y luego te entran escalofríos de horror y luego te sientes desvalido y te quieres mudar de planeta y luego te da la rabia y quieres quemar a toda la raza humana por despiadada y cruel (el despropósito forma parte del discurso). Después empiezan el apocalipsis y la venganza y así durante un rato es un alivio que el esclavo se despierte, pero luego pues es feo, para qué mentir, porque las salamandras aprenden las malas maneras de sus dueños y señores.
Cuando uno está desnudo, no tiene otro lugar en que poner las manos más que en sus propios hombros. Y esta es una afirmación bien honda, no os penséis como yo que la anoté cuando iba al principio del libro que era una gracia del señor Čapek, bien dado a la broma y con talento de sobra para hacerte revolcar de la risa, claro que luego te lo cobra en sangre. La guerra de las salamandras es un strip tease infligido, el descascaramiento del plátano de la humanidad. Lo que empieza como romántico, hermoso y en cierto modo insensato negocio con las perlas, en esas islas propiedad de Salgari o Conrad, tan bajo las palmeras y los cazadores de tiburones, acaba siendo más terrorífico que Las benévolas, aunque tan bonito, tan tan bonito escrito que dan ganas de saber checo para disfrutarse al señor Čapek en su propio campo.
Darte cuenta de que lo que nos ha dado la civilización no pasa del fútbol, el flirt, el fascismo y la inversión sexual, los bailes de moda, las sectas religiosas, los movimientos políticos, la guerra, sobre todo la guerra, y sí, también a Mae West (a quien se nota que Karel Čapek tenía en gran estima), claro que no es bonito. La parte en la que se trata de los experimentos científicos llevados a cabo sobre, contra, desde, entre, bajo, cabe tras las salamandras es horripilante. La guerra de las salamandras se publicó en el 36, antes del apocalipsis nazi. Muchos hablan de la visionaria profecía blabla como si fuera muy difícil comprender que los mecanismos del mundo son siempre los mismos y que en todo caso las salamandras son los sometidos puestos en pie y no los pisoteadores. Karel Čapek cuenta las mengueladas y cochinadas que les hacen a las salamandras y los señores con gafas insisten en que las salamandras son una sátira premonitoria del nazismo, cuando para mí que es una radiografía de la esclavitud. El mundo está ciego, y mientras esté ciego seguirá pasando siempre la misma cosa. Ciertas cínicas afirmaciones que galopan por el libro sí son tan terribles como los eufemismos nazis o la jerga y la actitud que usaron los europeos para cubrirse de ignominia durante el colonialismo, verbigracia: Si el antiguo negocio de esclavos hubiera estado tan bien organizado y hubiese sido tan higiénico como el actual de las salamandras, no podríamos menos que felicitar a los esclavos. Leeros La guerra de las salamandras, a ver si descubrís qué poema cita el Capitán van Toch.

Por fuera del libro:
A partir del año 14 Karel Čapek tradujo al checo a poetas franceses como Beaudelaire, Prudhomme, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé o Cendrars y su traducción del Zone de Apollinaire publicada en 1919 (Pásmo, en checo) fue un referente en su idioma de la modernidad francesa. El sueño de todo traductor: crear precedentes lingüísticos siendo elegante e inventivo. Sus traducciones construidas al parecer en un checo ingenioso y gimnástico abrieron las cabecitas de los poetas del país y así le puso alas un idioma que andaba un poco sedimentado y empezaba después de la Gran Guerra a instaurarse como identidad nacional. Ahora que la gente no se sabe ni las letras de Beyoncé a lo mejor a algunos os resulta raro, pero era bonito aprenderse los poemas de memoria (Jorge Semprún lo sabe).

Dos cachitos inquietantes del libro:
«Así nos comimos a una salamandra a la que llamábamos Hans. Era un animal culto e inteligente, con especiales disposiciones para el trabajo científico. Trabajaba en el departamento con el Dr. Hinkel, como su ayudante, y se le podían confiar los análisis químicos más delicados. En las largas noches teníamos conversaciones interesantes con él, y nos distraía su insaciable afán de saber. Tuvimos que deshacernos con gran pesar de nuestro Hans, pues a causa de unos experimentos que hice en él sobre trepanación, quedó ciego. Su carne era oscura y esponjosa, pero no produjo en nosotros ninguna reacción desagradable.»
«Perdí aquella partida. De pronto me pareció que cada jugada que se presentaba en el tablero ya se había hecho alguna vez. Quizá nuestra historia también había sido vivida ya alguna vez, y nosotros movemos las figuras con los mismos movimientos y alcanzando las mismas derrotas que en tiempos pasados. Quizá precisamente un hombre tan decente y silencioso como Bellamy había cazado alguna vez negros en la Costa de Marfil para llevarlos a Haití o Luisiana, dejándolos morir en las bodegas de los barcos. Entonces aquel Bellamy tampoco imaginaba que hacía nada malo. Los Bellamy nunca creen que hacen nada malo. Por eso son incorregibles.»

Una referencia bonita

¿Dónde estoy?

Actualmente estás explorando la categoría Literatura checa en Un libro cada día.