La guerra de las salamandras. Karel Čapek

2 de julio de 2012 § 2 comentarios

Citas: Es cosa sabida que, cuanto más importante es una persona, menos tiene escrito en la placa de su puerta.

Hay momentos en que las mujeres saben ser extraordinariamente leales entre sí, por ejemplo, cuando se trata de vestidos.

La guerra de las salamandras empieza como libro de ay, qué risa, tía Felisa, con ese glorioso Capitán van Toch, pero conforme vas llegando a las profundidades se te empiezan a caer las lágrimas de tristeza y luego te entran escalofríos de horror y luego te sientes desvalido y te quieres mudar de planeta y luego te da la rabia y quieres quemar a toda la raza humana por despiadada y cruel (el despropósito forma parte del discurso). Después empiezan el apocalipsis y la venganza y así durante un rato es un alivio que el esclavo se despierte, pero luego pues es feo, para qué mentir, porque las salamandras aprenden las malas maneras de sus dueños y señores.
Cuando uno está desnudo, no tiene otro lugar en que poner las manos más que en sus propios hombros. Y esta es una afirmación bien honda, no os penséis como yo que la anoté cuando iba al principio del libro que era una gracia del señor Čapek, bien dado a la broma y con talento de sobra para hacerte revolcar de la risa, claro que luego te lo cobra en sangre. La guerra de las salamandras es un strip tease infligido, el descascaramiento del plátano de la humanidad. Lo que empieza como romántico, hermoso y en cierto modo insensato negocio con las perlas, en esas islas propiedad de Salgari o Conrad, tan bajo las palmeras y los cazadores de tiburones, acaba siendo más terrorífico que Las benévolas, aunque tan bonito, tan tan bonito escrito que dan ganas de saber checo para disfrutarse al señor Čapek en su propio campo.
Darte cuenta de que lo que nos ha dado la civilización no pasa del fútbol, el flirt, el fascismo y la inversión sexual, los bailes de moda, las sectas religiosas, los movimientos políticos, la guerra, sobre todo la guerra, y sí, también a Mae West (a quien se nota que Karel Čapek tenía en gran estima), claro que no es bonito. La parte en la que se trata de los experimentos científicos llevados a cabo sobre, contra, desde, entre, bajo, cabe tras las salamandras es horripilante. La guerra de las salamandras se publicó en el 36, antes del apocalipsis nazi. Muchos hablan de la visionaria profecía blabla como si fuera muy difícil comprender que los mecanismos del mundo son siempre los mismos y que en todo caso las salamandras son los sometidos puestos en pie y no los pisoteadores. Karel Čapek cuenta las mengueladas y cochinadas que les hacen a las salamandras y los señores con gafas insisten en que las salamandras son una sátira premonitoria del nazismo, cuando para mí que es una radiografía de la esclavitud. El mundo está ciego, y mientras esté ciego seguirá pasando siempre la misma cosa. Ciertas cínicas afirmaciones que galopan por el libro sí son tan terribles como los eufemismos nazis o la jerga y la actitud que usaron los europeos para cubrirse de ignominia durante el colonialismo, verbigracia: Si el antiguo negocio de esclavos hubiera estado tan bien organizado y hubiese sido tan higiénico como el actual de las salamandras, no podríamos menos que felicitar a los esclavos. Leeros La guerra de las salamandras, a ver si descubrís qué poema cita el Capitán van Toch.

Por fuera del libro:
A partir del año 14 Karel Čapek tradujo al checo a poetas franceses como Beaudelaire, Prudhomme, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé o Cendrars y su traducción del Zone de Apollinaire publicada en 1919 (Pásmo, en checo) fue un referente en su idioma de la modernidad francesa. El sueño de todo traductor: crear precedentes lingüísticos siendo elegante e inventivo. Sus traducciones construidas al parecer en un checo ingenioso y gimnástico abrieron las cabecitas de los poetas del país y así le puso alas un idioma que andaba un poco sedimentado y empezaba después de la Gran Guerra a instaurarse como identidad nacional. Ahora que la gente no se sabe ni las letras de Beyoncé a lo mejor a algunos os resulta raro, pero era bonito aprenderse los poemas de memoria (Jorge Semprún lo sabe).

Dos cachitos inquietantes del libro:
«Así nos comimos a una salamandra a la que llamábamos Hans. Era un animal culto e inteligente, con especiales disposiciones para el trabajo científico. Trabajaba en el departamento con el Dr. Hinkel, como su ayudante, y se le podían confiar los análisis químicos más delicados. En las largas noches teníamos conversaciones interesantes con él, y nos distraía su insaciable afán de saber. Tuvimos que deshacernos con gran pesar de nuestro Hans, pues a causa de unos experimentos que hice en él sobre trepanación, quedó ciego. Su carne era oscura y esponjosa, pero no produjo en nosotros ninguna reacción desagradable.»
«Perdí aquella partida. De pronto me pareció que cada jugada que se presentaba en el tablero ya se había hecho alguna vez. Quizá nuestra historia también había sido vivida ya alguna vez, y nosotros movemos las figuras con los mismos movimientos y alcanzando las mismas derrotas que en tiempos pasados. Quizá precisamente un hombre tan decente y silencioso como Bellamy había cazado alguna vez negros en la Costa de Marfil para llevarlos a Haití o Luisiana, dejándolos morir en las bodegas de los barcos. Entonces aquel Bellamy tampoco imaginaba que hacía nada malo. Los Bellamy nunca creen que hacen nada malo. Por eso son incorregibles.»

Una referencia bonita

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